miércoles, 1 de mayo de 2019

techno

En Santiago, con noches de otoño, frío, volado e hipnotizado, yo. Las ondas musicales, los
sonidos impecables y repentinos que fascinaban cada rincón de mi oído llevándome a pensar en la
pequeña frontera que existía entre un templo y otro, el techno. Mente sólida que entregando
información genera interés y fascinación, un cuerpo delgado y con curvas atractivas, él.
Besando sus labios con sabor a durazno y jugando con la fricción de dos cuerpos drogados,
introducía mi todo en su universo que generaba pliegues y quiebres entre galaxias violetas que
expresaban sus ojos dilatados, su cuello y rostro rojos por los rastros de la asfixia, mientras
generaba gemidos que entraban en la mezcla violenta que sonaba detrás y sincronizaba nuestros
pensamientos deseando una sola cosa. 1, 2, 3, 4. 1, 2, 3, 4. 1, 2, 3, 4. ,1, 2, 3, 4. Entra el beat.
Saliva cayendo en mi pecho, tan líquida y fina como de manantial. El terremoto
derramando fluidos bajos y altos, con visuales oscuras y parpadeantes, brazos destilando euforia
perdurable. La vida que llamamos vida se traga a si misma, invade, expande y regresa, péndulos
nos convertimos, eso somos, venimos y vamos, nos vamos, llegamos y estamos tostados en placer,
estamos.
Mi mente acelera y salta, salta en paraísos inexistentes, se lo lleva a él, su templo se
retuerce y propaga, el mío lo imita y se llena de gloria. El techno eterno se adentra en mi cuerpo,
se toma las venas y evoluciona mi ser, lo abraza y sofoca, lo deja marcar. Terreno adentro, hacia la
nueva creación que elonga instrumentos naturales oriundos de bocas que conocen el goce carnal,
descubro la vida real entre un respiro profundo por cada fosa nasal y mi visión recrea lo que mi
cerebro quiere expresar, se dan permiso y se genera una hendedura, pequeña, violeta, delicada,
con ella en su centro, un agujero que simulaba una puerta, flores, electricidad, cejas, mis ojos idos.
El deseo era el dios y nosotros sus discípulos.
Mi mirada reunida con la suya y su figura generan una explosión visual. Estoy sintiendo y
existiendo con todo lo que está ocurriendo. Estoy realmente en esto y puedo observar como a lo
lejos mueve su cuerpo, a un lado, a otros, sus brazos bailan al ritmo del fisting y toca la canción
que suena en la habitación, suena mientras yo bailo eufóricamente y contando hasta el 4, aterrizo
a mi dimensión.

jueves, 12 de abril de 2018

Intermitencia.


El invierno ataca esta mañana con una tormenta que nadie esperaba, todo anda gris y azul naval, no hay señal alguna del sol, por hoy, ha desaparecido. Olas de viento golpean las ventanas de este catorceavo piso, produciendo temblor entre ellas, creando ondas musicales, más como estruendos, que solo deben disfrutar. La leche esta caliente, lo suficiente para agregar poca azúcar, mucho café instantáneo, servir y acompañar con un pequeño porro, bareto, o como sea que quieran llamarle. He pensado en escuchar un álbum mientras desde la terraza observo al granizo caer, golpeando las ramas y hojas secas para luego hacerlas caer, rompiéndolas y entonces al admirar aquello, he decidido solo sentir frío, escuchar el escándalo que produce la tempestad en esta ciudad, a esta altura, y observar con esta vista desgastada.
Recuerdo pesadillas con constancia porque transcurren bastante en mis sueños, estoy en una de ellas porque puedo percibir cuán irreal es todo esto que me rodea, que siento. Mis parpados empiezan a sentirse pesados, cada vez es más complejo abrir y cerrarlos, se empiezan a caer, haciendo que mi vista se oscurezca y todo se ponga de un tono rojizo segundos después. En lugar de trozos de carne, lo único que logro palpar es liquido y sin poder observar, por su textura llego a la conclusión de que es sangre. He limpiado mis ojos con las muñecas de mis brazos y todo arde, logro poder visualizar el panorama de nuevo y entonces descubro que estoy alucinando, que nada está ocurriendo, sin embargo, aunque la pesadez en mi vista ha desaparecido junto a la sangre, no he despertado, estoy en otra dimensión, una nada familiar, que apesta a humedad, todas las paredes blancas ahora están manchadas por una mucosa verde que sé, es inexistente.
Mi pierna derecha empieza a adormecerse como si la circulación de sangre se hubiese detenido, dejando de ser distribuidora de la misma, haciéndola ajena a mi cuerpo, abandonándola. Con paso lento me alejo de la terraza, las prendas que llevo puestas no solo están mojadas, sino que también hay maleza sobre ellas y mi piel está llena de moretones, también puedo observar como salen raíces de algunos orificios, como si mi organismo estuviese mutando, como si estuviese desarrollándose dentro de mí una planta. Anonadado cierro la ventana y ésta empieza a romperse a causa de los grandes cubos de hielo que caen del cielo. Me sumerjo en una melancolía y un temor que no solo hace que mi mente colapse y me traslade nuevamente al inicio de todo, si no que, asimismo, todo lo que siento se quiebra, y de repente dejo sentir, no soy nada, el reflector detona.
Frente a la terraza, fumando un cigarrillo de hierba y bebiendo una taza de café, empiezo a reproducir mi álbum favorito de Interpol. Estoy bastante drogado, con la nostalgia en las nubes y perdido entre las pequeñas gotas de agua que caen extrañamente del cielo esta mañana gris en Santiago, te pienso constante, y me envío al lugar a donde se supone que yaces. Que ironía tanta interferencia sobre quién soy y dónde estoy. El parpadeo de mis ojos es como aquel bombillo que enciende y apaga, intermitente, como mis sentimientos, aquellos que se asfixian en recuerdos cada que el sonido de aquel nombre aparece en las pesadillas. Pesadillas que no se van, que parecen piezas de un rompecabezas, que anoto, deshecho y abrazo para no olvidar.

miércoles, 24 de mayo de 2017

Recuerdos de un funeral en mayo.

Es mayo 25, es invierno y el pronóstico anunciaba que sería un día lluvioso, pero los rayos del sol atraviesan por la cortina color azul naval, de manera deslumbrante, haciéndome recordar que no son los mismos que se filtraban para iluminar su cuerpo pálido que abrazaba al mío aquel amanecer, ni los mismos que hacían que su cabello dorado se perdiera un poco con tanto brillo. Cuando escuché que ya no volvería a casa, recuerdo salir corriendo a la orilla del mar; gritar hasta quedar sin voz, llorar hasta terminar riendo frenéticamente, y sintiendo como mis pulmones dejaban de funcionar. Sabía que no sería una noche fácil aquella, sólo quería uno de sus abrazos cálidos que terminaban en besos y sexo, me parecía imposible el hecho de que su corazón se había detenido permanentemente, de la nada, sin decir adiós siquiera, dejándome lleno de incógnitas, de amor sin destino, colmado de proyectos arrebatados, sumergido en un lago negro que me tragaba completamente y no tenía fondo, perdido, muy perdido.

Es mayo 25, el reloj digital en mi muñeca izquierda marca las 16 horas con 19 minutos, y sí, estoy sentado bajo un paraguas negro que evita que la lluvia empape su suéter gris favorito, justo en el banco lleno de moho que queda a 1 metro de su tumba, hablándole al viento, y reflexionando en como todo conecta con los recuerdos. En su funeral, todos preguntaron una y otra vez si vería su cuerpo en aquella prisión de madera, y nunca contesté, incluso sabiendo que no era necesario hacerlo, me negaba a ver su cuerpo petrificado e impregnado de formol… Dos semanas antes de su muerte, mientras conspirábamos sobre la existencia y el destino, dijo: “Solemos vivir de recuerdos, somos viajeros en el tiempo, pero, ¿se ha puesto a pensar en lo modificados que están? Cada vez que atraviesan nuestra mente, se van alterando, y llega un momento en el que ya no están, en el que sólo se recrean cosas que nunca pasaron y que creemos que ocurrieron.” Cuando asistí a su funeral comprendí aquello que decía y que antes no me parecía del todo razonable, estando allí, pude revivir el velorio de mi padre, quien cuando murió tenía sólo 36 años. El escenario era completamente diferente, pero cada instante me llevaba a pensar en que todo era un patrón que yo estaba siguiendo, y posiblemente, permitiéndome conspirar, concluía que para mí próximo funeral, iba a recordar el funeral de quien era amor de mi vida. Entonces bien, cada que alguien compartiera su historia de amor conmigo, con cierto egoísmo entonces yo recordaría la mía, y quizás suprimiría el final trágico… Le grito al viento que mis recuerdos son lo único que queda, y que lamentablemente, estos cada vez son mutados  y ya no sé qué pasa por me mente, estoy perdido, muy perdido.

miércoles, 19 de abril de 2017

Exilio.



Me hallo sentado a las afueras de una casa oxidada por los años y que aún desconozco, compartiendo con extraños que me hacen sentir mediocre, mirando como el cielo de otro lugar resplandece a causa de los relámpagos, fumando cigarrillos, temblando por el frío, pidiendo deseos. Mi mirada se pierde continuamente entre la oscuridad y las bombillas de algunos hogares que se logran percibir a lo lejano. El cielo no tiene estrellas esta noche, tampoco luna y hace mucho que no consigo admirar a alguna. Perdido como siempre, un desconocido de nuevo, ¿pertenezco o no?, no podría manifestar siquiera si alguna vez he logrado adaptarme y es confuso porque “pertenezco a muchos lugares”, pero a cuál correspondí realmente si mi alma nunca estuvo del todo allí… La vida se acorta con cada respiro, pero, ¿cuándo acaba?, bastante impreciso todo esto, ¿no?, los días transitan y mi partida cada vez es más lejana. ¿Me mantengo de pie o dejo que mi cuerpo se deslice?, aunque mantenga mi sonrisa, mi vista está agotada y las ojeras lo hacen notar. Mirando a la sombría nada lo puedo descifrar, soy un pasajero más, como todos, que se ha exiliado bruscamente a sí mismo, cortando las raíces que me mantenían atado y huyendo tan rápido como pudiera. Pero no puedo olvidar, nunca voy a poder hacerlo. Con continuidad, mi mente viaja a todas aquellas camas desconocidas en las que estuve, a todas las almas desnudas que contemplé, a los cigarrillos y el alcohol que compartí, a los besos y abrazos que dejé atrás, a las cicatrices que causé por descuido y a su mirada brillante que servía como punto de referencia para no extraviarme... Me hallo sentado en una habitación oxidada por los años que aún desconozco, y aunque es en un lugar bastante lejano, no es la primera vez, soy prisionero de mis emociones y pensamientos, me sumerjo en esta nostalgia que acaba conmigo de una manera firme y asfixiante, ¿quién soy?, mirando mi reflejo en el espejo, no logro percibir nada más que cabellos rizos, también, un rostro cansado y envejecido por las noches solitarias y largas… Susurro mi nombre para hallarme y demoro en reaccionar, todo este dolor está causado ya y no va a revertirse, nunca lo hará. Me hallo habitando una mente oxidada por los años, y que para mí, aún, sigue siendo inexplorada, no es mi primera vez acá, pero resido y soy, ¿qué soy?, soy esto que todo el exilio me dejó...

viernes, 17 de marzo de 2017

Abráceme,

Abráceme, sí, abráceme, hágalo. ¿Puede sentir el latido de mi corazón?, ¿Puede observar como mi cuerpo tiembla?, ¿Puede percibir mi helada sangre que calienta poco a poco porque su espíritu está junto al mío?, basta de tantas preguntas, ambos sabemos las respuestas. Quiero que me abrace hasta que el sol entre por la ventana, hasta que la electricidad que siento cuando me toca disminuya un tanto y admita que ya nos conocemos lo suficiente como para sentir timidez. Tome mi estructura ósea y júntela con la suya. Cuando me abraza mi cuerpo puede degustar el estar en casa, si su cuerpo se retira, el mío se encoge y se abraza a sí mismo porque su ausencia hace que en mi interior sea invierno. Si su mirada ya no penetra la mía, nada tiene sentido, todo se oscurece y ni siquiera las sombras se pueden notar. Si su respiración no se concibe, todo alrededor agoniza, como fuente de oxigeno que es, me es necesario, y sin el dióxido de carbono que expulsan sus fosas nasales, curiosamente no puedo vivir. Que el rozar sus manos en mis piernas, nalgas, costado y espalda nunca falte, porque entonces mi ser se marchitará, se congelará, se quebrará. La juventud de mi piel se mantiene si me toca, que mi templo le pertenezca no me debilita, me enorgullece. Usted y yo somos uno si nos juntamos, siluetas perdidas en deseo que se encienden como una chimenea el día de navidad, como una fogata en el bosque en una noche helada, como el incendio que carcome mi interior cuando susurra en mis oídos todo lo que desea experimentar conmigo, todo lo que deseo experimentar con usted. Ebrio puedo observarle tambalear, y no hay nada que no anhele más que verle desnudo, reunirme con usted, abrazarle, besarle, morderle, saborearle, fuerte, lo más fuerte posible. Abráceme, sí, abráceme, hágalo.