Es
mayo 25, es invierno y el pronóstico anunciaba que sería un día lluvioso, pero
los rayos del sol atraviesan por la cortina color azul naval, de manera
deslumbrante, haciéndome recordar que no son los mismos que se filtraban para
iluminar su cuerpo pálido que abrazaba al mío aquel amanecer, ni los mismos que
hacían que su cabello dorado se perdiera un poco con tanto brillo. Cuando
escuché que ya no volvería a casa, recuerdo salir corriendo a la orilla del
mar; gritar hasta quedar sin voz, llorar hasta terminar riendo frenéticamente,
y sintiendo como mis pulmones dejaban de funcionar. Sabía que no sería una
noche fácil aquella, sólo quería uno de sus abrazos cálidos que terminaban en
besos y sexo, me parecía imposible el hecho de que su corazón se había detenido
permanentemente, de la nada, sin decir adiós siquiera, dejándome lleno de incógnitas,
de amor sin destino, colmado de proyectos arrebatados, sumergido en un lago
negro que me tragaba completamente y no tenía fondo, perdido, muy perdido.
Es mayo
25, el reloj digital en mi muñeca izquierda marca las 16 horas con 19 minutos,
y sí, estoy sentado bajo un paraguas negro que evita que la lluvia empape su
suéter gris favorito, justo en el banco lleno de moho que queda a 1 metro de su
tumba, hablándole al viento, y reflexionando en como todo conecta con los
recuerdos. En su funeral, todos preguntaron una y otra vez si vería su cuerpo
en aquella prisión de madera, y nunca contesté, incluso sabiendo que no era
necesario hacerlo, me negaba a ver su cuerpo petrificado e impregnado de formol…
Dos semanas antes de su muerte, mientras conspirábamos sobre la existencia y el
destino, dijo: “Solemos vivir de recuerdos, somos viajeros en el tiempo, pero,
¿se ha puesto a pensar en lo modificados que están? Cada vez que atraviesan
nuestra mente, se van alterando, y llega un momento en el que ya no están, en
el que sólo se recrean cosas que nunca pasaron y que creemos que ocurrieron.” Cuando
asistí a su funeral comprendí aquello que decía y que antes no me parecía del
todo razonable, estando allí, pude revivir el velorio de mi padre, quien cuando
murió tenía sólo 36 años. El escenario era completamente diferente, pero cada
instante me llevaba a pensar en que todo era un patrón que yo estaba siguiendo,
y posiblemente, permitiéndome conspirar, concluía que para mí próximo funeral,
iba a recordar el funeral de quien era amor de mi vida. Entonces bien, cada que
alguien compartiera su historia de amor conmigo, con cierto egoísmo entonces yo
recordaría la mía, y quizás suprimiría el final trágico… Le grito al viento que
mis recuerdos son lo único que queda, y que lamentablemente, estos cada vez son
mutados y ya no sé qué pasa por me mente,
estoy perdido, muy perdido.
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