jueves, 12 de abril de 2018

Intermitencia.


El invierno ataca esta mañana con una tormenta que nadie esperaba, todo anda gris y azul naval, no hay señal alguna del sol, por hoy, ha desaparecido. Olas de viento golpean las ventanas de este catorceavo piso, produciendo temblor entre ellas, creando ondas musicales, más como estruendos, que solo deben disfrutar. La leche esta caliente, lo suficiente para agregar poca azúcar, mucho café instantáneo, servir y acompañar con un pequeño porro, bareto, o como sea que quieran llamarle. He pensado en escuchar un álbum mientras desde la terraza observo al granizo caer, golpeando las ramas y hojas secas para luego hacerlas caer, rompiéndolas y entonces al admirar aquello, he decidido solo sentir frío, escuchar el escándalo que produce la tempestad en esta ciudad, a esta altura, y observar con esta vista desgastada.
Recuerdo pesadillas con constancia porque transcurren bastante en mis sueños, estoy en una de ellas porque puedo percibir cuán irreal es todo esto que me rodea, que siento. Mis parpados empiezan a sentirse pesados, cada vez es más complejo abrir y cerrarlos, se empiezan a caer, haciendo que mi vista se oscurezca y todo se ponga de un tono rojizo segundos después. En lugar de trozos de carne, lo único que logro palpar es liquido y sin poder observar, por su textura llego a la conclusión de que es sangre. He limpiado mis ojos con las muñecas de mis brazos y todo arde, logro poder visualizar el panorama de nuevo y entonces descubro que estoy alucinando, que nada está ocurriendo, sin embargo, aunque la pesadez en mi vista ha desaparecido junto a la sangre, no he despertado, estoy en otra dimensión, una nada familiar, que apesta a humedad, todas las paredes blancas ahora están manchadas por una mucosa verde que sé, es inexistente.
Mi pierna derecha empieza a adormecerse como si la circulación de sangre se hubiese detenido, dejando de ser distribuidora de la misma, haciéndola ajena a mi cuerpo, abandonándola. Con paso lento me alejo de la terraza, las prendas que llevo puestas no solo están mojadas, sino que también hay maleza sobre ellas y mi piel está llena de moretones, también puedo observar como salen raíces de algunos orificios, como si mi organismo estuviese mutando, como si estuviese desarrollándose dentro de mí una planta. Anonadado cierro la ventana y ésta empieza a romperse a causa de los grandes cubos de hielo que caen del cielo. Me sumerjo en una melancolía y un temor que no solo hace que mi mente colapse y me traslade nuevamente al inicio de todo, si no que, asimismo, todo lo que siento se quiebra, y de repente dejo sentir, no soy nada, el reflector detona.
Frente a la terraza, fumando un cigarrillo de hierba y bebiendo una taza de café, empiezo a reproducir mi álbum favorito de Interpol. Estoy bastante drogado, con la nostalgia en las nubes y perdido entre las pequeñas gotas de agua que caen extrañamente del cielo esta mañana gris en Santiago, te pienso constante, y me envío al lugar a donde se supone que yaces. Que ironía tanta interferencia sobre quién soy y dónde estoy. El parpadeo de mis ojos es como aquel bombillo que enciende y apaga, intermitente, como mis sentimientos, aquellos que se asfixian en recuerdos cada que el sonido de aquel nombre aparece en las pesadillas. Pesadillas que no se van, que parecen piezas de un rompecabezas, que anoto, deshecho y abrazo para no olvidar.

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