miércoles, 27 de enero de 2016

tormenta

Sólo estaba seguro de algo, era una tormenta... Llegó y acabó con la paz, la paciencia, el autocontrol, acabó conmigo y fui yo quien lo permitió, no es culpable, no del todo. Yo soy culpable, sin embargo suelo culparme por absolutamente todo... Me estaba enamorando de sus relámpagos, de sus estruendos, de como lucía durante y después de un orgasmo. Era feliz, aún observando como mi calma se iba desvaneciendo poco a poco, era como una enfermedad terminal. Sus ojos avellana me recordaban a las tardes de verano en la casa de mi abuela cuando tenía 7 años. Su boca compartía un leve sabor a nicotina y a vainilla, pasamos muchas tardes tomando café y fumando cigarrillos, compartiendo experiencias, besos y caricias, mis manos se perdían en su cabello aromatizado a manzanilla. Las noches llegaban y nos uníamos, ni siquiera las constelaciones o la brisa detenía nuestros estados de frenesí, me perdía mordiendo su mentón, sus cejas, sus labios, besando las pecas de sus hombros, contando sus lunares, olfateando cada centímetro de su pálida piel, dialogando sobre lo incierto, lo desconocido, sobre el futuro y sobre que podría pasar con nosotros, no conocíamos que era dormir... Ahora, aún amanece, pero su silueta llena de toda esa electricidad que le caracterizaba ya no se encuentra a mi izquierda, se llevó su cuerpo, su mente, su aroma, su camisa de cuadros violeta, su desastre, se llevó todo y me dejó un ambiente vacío y gris como acompañante, su tormenta había acabado.

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